La vieja apurada por un tabaco de
medio lado en la boca me dijo que con ese “Puro, puro, yo te conjuro...” la
tendría a mis pies. Me aseguró, una y otra vez, que abandonaría al hijueputa de
su marido, que llegaría rogándome para que me la llevara a vivir conmigo. Me dijo que
me mantendría como un rey, que a su lado todo sería derroche y confort. En todo
acertó. Lo que nunca me reveló, la color de humo esa, es que después de tanto
tiempo a su lado, me acabaría aburriendo de vivir bueno, de sus invariables antojos;
que me cansaría de sus llamaditos con el dedo índice y terminaría asqueado de sus
rondas de vieja en celo. Envidio la suerte de mi hermano que esboza una sonrisa
cuando me ve, porque sabe que me ganó sin artimañas.©
Se encontraron en la taberna
y bebieron algunas cervezas. Caminaron después por la ciudad vacía,
intercambiaron miradas y cogiditas de manos enamoradas. Sin proponérselo, llegaron
a un cuarto de alquiler y se desnudaron, pero no se atrevieron a hacer el amor
porque hay historias en las que los personajes no son felices y eso sería complicarlo
todo.©