7 de diciembre de 2013

UNA TARDE



La tarde calla o canta.
J. L. Borges

Cuando llegó al café ubicado en la Arboleda del Centenario, sabía que la esperaría por las razones que ella siempre esgrime sobre la vanidad a la hora de salir. Con resignación y la mirada en algún punto distante, permaneció en silencio hasta cuando una muchacha lo regresó a la realidad ofreciéndole el menú con las mejores opciones en helados y bebidas.

El tiempo parecía que era parte de la eternidad, mientras Serrat canturreaba: Una tarde plomiza de abril, cuando se fue tu amante, se marchitó en tu huerto hasta la última flor… Luego el Nano guardó silencio, y yo continué con una canción de Draco Rosa,  esa que dice… Soñé tu figura lejos, esperando en los suburbios del olvido y me vi solo.

- ¿Qué desea ordenar? –le interrogó una joven decidida buscando justificar su permanencia en el lugar. Fue cuando ella apareció sonriente, pero él supo advertir en sus ojos una sombra indefinida. Pero esos ojos, cuando él le habló, recobraron su brillo cual si un tren silbara a lo lejos siendo la esperanza de algo. Era un intento por penetrar con su voz tibia los sentidos de la recién llegada, mientras ella, con doloroso cuidado, le recorría la cara.

Era una hermosa tarde del sábado, sabía que iría a su encuentro, aunque él acariciara la idea de revivir aquellos momentos que sólo los dos logramos alcanzar cuando el cielo y la tierra se juntan, olvidando que el mundo existe a nuestro alrededor. Yo sólo quería que nos reveláramos esas cosas que aún guardamos en silencio, porque todo amor incompleto es siempre capullo, aunque para él sea pasión. Sólo deseaba mirarlo a los ojos y, a través de ellos, revelar ese sentimiento que él sabe disipar cada vez que lo miro, que supiera lo que me hace sentir, que se diera cuenta cómo el roce de sus manos, de sus labios, de sus besos, me hacen sentir tan mujer.

¿Sabe? Ayer, me dije, que ir a su encuentro sería un error porque ese amor no puede atreverse a expresarse con nombre propio por las circunstancias que nos atan a otras personas. Aun así, decidí volver a florecer de la nada, gozando de su presencia, de sus palabras, de todas sus caricias, esas que tanto anhelo y que me llegan al alma. 

Después de una torrencial lluvia de besos y cuando las primeras sombras de la noche caían,   el hombre pidió la cuenta. Fue cuando la felicidad iba hablándoles en voz baja al regresar por esas calles que suelen estirarse y por donde otros deambulan llevando incertidumbres como espinas. Él iba con pasos resueltos y ella contoneando sus gracias. Así se marcharon, sin mirar atrás, con su tiempo y sus respectivas ausencias.©

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