Aquel atardecer caminé por senderos
cubiertos de vetustas hojas hasta terminar sobre el pavimento inerte e indiferente. Luego,
recorrí una calle vacía y pisé las huellas de transeúntes inexistentes. Sólo mi
andar errático estaba motivado por un recuerdo cuando ese día le alcancé a
decir: "Quieta ahí, tus labios o la vida". ©GuillermoCastillo.
23 de enero de 2016
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