18 de junio de 2016

LUZ

       
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       Hoy la volví a ver como si los años de nuestra mutua ausencia fueran una extraña tregua. Nos confundimos en un fuerte abrazo de cardúmenes todavía vivos. Nos confesamos la alegría de poder reconocernos después de los años de ausencia, aún cuando aquel camino que un día trazamos juntos se bifurcó y, todo lo que amábamos, nos comenzó a doler. La he visto de nuevo y me he sentido dueño y señor de mis cenizas.

       La conocí siendo todavía niña cuando comenzaba a dejar frutos para llevar pájaros en su corazón. Solía cruzar por la esquina atestada de patanes y de amigos. Yo era mayor que ella, pero mis ojos se fijaron sin reparo alguno, teniendo como fondo las voces cómplices y alentadoras a montón. Era el amor que ya había despertado en mi.

      Hoy, está sentada ante mí, puedo observar en su rostro cómo se traslucieron sus vicisitudes tanto como mis propias sombras. Me pregunta que cómo estoy, y antes de responder pensé que todavía tengo por ella mis esperanzas aplacadas. No puedo evitarlo, a pesar de aquel decir sobre "el agua que no has de beber…" La mañana arde desde adentro, quisiera volver a sus brazos, quisiera que aquella primera visita se repitiera. Fue cuando rayaban las siete de todos los fines de semana que me esperaba sentada en el andén, frente a su casa con un libro entre sus manos, cuyo autor intentaba decirle de qué estaban hechas nuestras almas, pero ya lo sabíamos anticipadamente por nuestras miradas.

       Yo acababa de llegar a la ciudad después de muchos años de forzada ausencia. Era preciso, reconstruir aquellos lugares dejados, aunque pocos amigos habían. Sus ojos hablan llenos de memoria y de olvidos. Pero los míos no terminan de entender lo que provoqué en los suyos: Yo, era como ella, y ella, mi primer amor. ¿Cómo olvidarlo ahora? Si fui yo quién acarició por primera vez su piel con estas manos hasta fundirnos tierna y dolorosamente entre los encajes de su rosado traje.

       Los años han pasado, y todavía seguimos leyendo en nosotros aquellas miradas y gestos de adorable ingenuidad y de deslumbrante madurez. Sin embargo, su mundo y el mío, no se construyeron tal como lo soñamos alguna vez. Solo cuando sé de ella como ahora que está frente a mí, las fronteras y distancias interpuestas no importan porque las imágenes evocadas están intactas como si fuera ayer, pues solo basta evocar sin reservas el misterio con nombre en posesivo que todo ser humano llama: mi primer amor.
©Guillermo Castillo.

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