20 de mayo de 2017

INSTRUCCIONES DE USO

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1. Humedezca sus manos con agua abundante.

2. Enjabone sus manos con el grifo cerrado.

3. Comience a frotar en forma circular las palmas de las manos.

4. Intercale los dedos y frote por la palma y el anverso de la mano.


5. Continúe con los dedos intercalados y limpie los espacios entre sí.

6. Con las manos de frente agarre los dedos y mueva de lado a lado.

7. Tome el dedo pulgar (busque en un motor de búsqueda por si las dudas) para limpiar la zona del agarre de la mano.

8.Limpie las yemas de los dedos, frotando contra la palma de la mano.

9. Enjuague las manos con abundante agua (8 segundos aproximadamente)

10. Seque las manos con una toalla desechable o con aire caliente, y

11. Cierre el grifo con una toalla desechable.

—¡Qué fácil!— confirmó la regente de farmacia.

—¿Eso es todo? —preguntó la momia.
©Guillermo A. Castillo.

17 de mayo de 2017

MI RULFO PRIVADO


Juan Rulfo
Por: Santiago Gamboa

Leí a Juan Rulfo por primera vez en la universidad Javeriana, en 1983 o 1984, en un seminario sobre su obra dictado por el gran profesor Cristo Rafael Figueroa. Recuerdo que en esos intensos debates se subrayaba la austeridad y la solidez de su lenguaje, eso que empezamos a llamar “lenguaje rulfiano”, y que, a diferencia de otros autores, caso de García Márquez, era ejemplo de cómo a menor exuberancia, más fuerza narrativa. Porque la obra de Rulfo parecía crecer y reforzarse con una cierta resequedad verbal y la ausencia de adjetivos. Tal vez era ese el lenguaje natural de los paisajes mexicanos en los que transcurre su obra, a su vez resecos y solitarios, trasuntos del dolor y la soledad de los habitantes que, en ellos, ven pasar el tiempo de sus vidas, un tiempo inmisericorde de silencio que, en la obra de Rulfo, se confunde con el tiempo de la muerte.
Escribo hoy por el centenario de su nacimiento, claro, y porque es uno de los autores más atípicos. Su obra empezó a ser leída en América Latina y a tener éxito mundial veinte años después de ser escrita, pero podría ser visto como un extraño caso de precocidad literaria, pues publicó a los 36 años El llano en llamas, una obra maestra absoluta del cuento en cada uno de sus 17 cuentos, y luego, a los 38 años, Pedro Páramo, obra genial que marcó el rumbo de la novela escrita en lengua española. Y después, como Rimbaud, se quedó en silencio, no volvió a escribir. Publicó El gallo de oro en 1980, que había sido escrito en 1956, y también algunos guiones de cine. Pero a diferencia de Rimbaud, Rulfo no desapareció de la escena, todo lo contrario: estuvo siempre ahí, hasta el día de su muerte, dando entrevistas y asistiendo a congresos, en los cuales explicaba que no podía volver a escribir porque se le había muerto el tío que le contaba las historias.
Hay muchos mitos sobre esta abdicación literaria. ¿Por qué dejó de escribir realmente? Han circulado varias respuestas. Las literarias dicen que tras Pedro Páramo ya lo había dicho todo, y que era mejor el silencio: otros, algo maledicentes, opinaron que Rulfo consideró que no podría igualar ni mucho menos superar el alto nivel de lo ya escrito, y que por eso abandonó. En realidad Rulfo sí escribió pero no publicó, pues se sabe que durante todos esos años estuvo trabajando en una larga novela titulada La cordillera, que, al parecer, él mismo ordenó quemar una vez concluida. ¿Por qué?
He conocido otra versión a través de mi amigo el novelista mexicano Paco Ignacio Taibo II, que junto con su hermano Benito fueron amigos de infancia de los Rulfo. Según Paco, Juan Rulfo no publicó ni escribió más por algo extremadamente sencillo y es que era alcohólico. Profunda e intensamente alcohólico, a un nivel que le dificultaba por completo la concentración, impidiéndole escribir obras de cierta enjundia. Según esto, la quema de La cordillera podría haber sido una de esas súbitas e injustificadas decisiones que se toman cuando se está ebrio, y que rara vez dejan algo bueno. Pero al no conocer esa novela, sus lectores no la podemos extrañar, así que debe bastarnos con la inmensa literatura que, en tan pocas páginas, nos dejó, y además un adjetivo, rulfiano, que describe lo que es desolado y triste, y que podría incorporarse al diccionario al lado de kafkiano, ese otro creador desamparado y solitario.

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