23 de diciembre de 2018

AÚN ES TIEMPO



Pesebre navideño

Pues, hay quienes adoran la Navidad y quienes la detestamos. Yo soy uno que podría pasar diciembre sin la navidad y su ruidosa congestión en las calles de mi ciudad. También la pasaría sin caer en el inevitable y el desaforado consumismo con que nos incitan a maquillar nuestras miserias. Igual podría pasarla bien sin cantar los villancicos en cualquiera de sus inimaginables versiones.

En mi casa, si es que puedo utilizar el posesivo, porque en realidad se trataba de la casa de la hermana menor de mi mamá, la navidad la anunciaban las mujeres mayores. Mi abuela y sus hermanas armaban el alboroto y preparaban la movilización general entre los demás miembros de la familia, incluyendo perros y gatos. Hecho el anuncio iban reapareciendo de los lugares más insospechados todos los adornos navideños que durante años habían permanecido silenciosos y cubiertos por el polvo del olvido.

El pesebre, desde principios de diciembre era la legítima prueba de que había llegado navidad. Como a veces es el observador silencioso el que ve más. Sabía que lo primero era encontrar el mejor sitio de la casa, claro, siempre era la sala, justo al frente de la puerta principal de la casona. Luego venía el musgo para simular el campo verde de la forma más real. Por esos días la ecología no importaba o no preocupaba tanto como hoy. Luego el trazado del río hecho con papel cristal. Después se diseñaba el paisaje montañoso y los caminos de arena por donde vendrían los reyes magos al portal de Belén.  Acto seguido se colocaban las casitas de desacertados estilos. Los pastores, por su parte, los colocaban con signos de cansancio milenario dibujados en sus rostros; las ovejas de cuestionada blancura, en poco tiempo, lo invadían todo, mientras que las palmeras eran la alegoría a la naturaleza muerta. Por último, las murallas eran los confines del aparatoso pesebre. Y otro rebaño de más ovejas para no dejarle espacio al niño Dios y a los demás personajes. Al final se colocaban las luces.

La tranquilidad de aquella casa en San Antonio, se transformaba. Era la auténtica persecución de los mejores objetos decorativos. Las tías, los primos, todos, hablaban y hablaban para llenar el espacio tranquilo de la inmensa casa. Yo nunca fui tenido en cuenta, ni me involucré en nada; era una especie de cisne cuello negro manteniendo la calma en la superficie, pero batiendo mi desidia por debajo. A mi edad y a mi manera, entendía que las miserias del ser humano se derivaban de la falta de tranquilidad y, era muy extraño en una casa como esa, allá en San Antonio, con su inmenso patio en tierra y bajo el dulce parral. Insisto, nunca fui invitado hacer parte de ese tumulto. Todos sabían que el diferente prefería estar en calma bajo las olas azules del olvido. Detesté de forma inconsciente, lo vine a saber años después, las romerías. Pero lo que más aborrecí era que mis juguetes pasaran hacer parte de todo pesebre hecho por las más viejas con ayuda de sus nietos y sobrinos. En especial, mi diligencia del lejano oeste que, mi mamá me compró y no alcancé a disfrutar al tenerla que declarar, sin justificación alguna, por perdida.

¿Saben? Crecí donde todos nos vestíamos de fiesta, pero mi espíritu nunca se hizo presente. Mi forma de ser, un solitario irremediable, me hacía aislar de todo y de todos. Mi mundo era otro, él mismo me sustraía de aquella época. Por eso la novena del niño Dios, era para mí un despropósito, no lograba entender cómo en nueve días había que justificar que una familia abandonara el lugar donde vivía por simple conveniencia de los más poderosos. Y como si fuera poco, tener que leer algunos textos donde no importaba comprender, porque el principio era perpetuar sin juzgar. Por eso detesto la navidad, por eso soy capaz de cambiarla por el único alumbrado que me gusta: el alumbrado de las noches estrelladas, o por los amaneceres silenciosos posteriores a esas ruidosas noches.

Con el tiempo he envejecido, aunque por dentro sigo siendo el mismo. Con todo eso y este cuerpo irreconocible, ahora soy un adulto con todas sus precariedades. El tiempo y su constante martillar se ha encargaron de que sea ahora más consecuente. Tengo tres hijos y una mujer aferrada a la tradición. Todos oramos y cantamos:

«Se acerca la navidad, y a todos nos va alegrar, el jibarito cantando aires de felicidad… Y con esta me despido. Como esto es devoción que pasen un feliz año, les deseo de corazón».

Canciones como esa, me hacen ser totalmente comprensivo, me hacen ser más indulgente, pese a las dudas del presente.




10 de diciembre de 2018

¡PROPÓSITO CUMPLIDO!


LA JOVEN VIUDA

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A una tía, in memoriam

Al pasar cerca de la quebrada vi a una mujer que nunca había visto entre las zarzas de aquellas resecas lomas. Aquella visión a las nueve de la mañana, no era lo que me confundía, sino la mujer, que a medida que avanzaba, por momento se alzaba y descendía ante mi vista cuando yo, a esa hora, venía del caserío.

En el colmo de mi extrañeza permanecí un buen rato fijo y ajeno a la presencia del caballo de crines largas que en silencio me seguía trayendo sobre su lomo la pesada remesa de la semana. Ambos seguimos con la mirada a la mujer que iba en dirección al estrecho afluente que se estira perezoso entre los sedientos arbustos. La desconocida una vez llegó a la orilla se quitó parte de sus ropas que, por una ráfaga de viento, quisieron liberarse de aquel cuerpo moreno. ¿Cómo era?  Era una mujer de regular estatura, ni muy alta ni muy baja y de ágil andar. Así me pareció verla en medio de la enceguecedora luz de la mañana. No, no supe si seguir mi camino o quedarme espiando a aquella mujer que iba tarareando una tonada camino a la quebrada. ¿Qué cantaba? Me hacen daño tus ojos, me hacen daño tus manos, me hacen daño tus labios, que saben fingir… ¿Qué hice? Decidí seguirla dejando al caballo que mordisqueara las secas hierbas que demarcaban aquel camino. ¿Qué pensé que pasaría? Cómo saberlo si nunca he podido saber qué será lo que el destino me tiene guardado. En realidad no encuentro la forma de contestar. ¿Ella me vio? No lo dudo. ¿Qué hizo ella? Siguió como si nada, inmersa en aquel cantar haciendo más llano mi caminar.

¿Y yo qué hice? Vi a la mujer escudriñar primero la única fuente de agua que recorre a Cerro Rico. Ella escogió el charco más profundo y se quedó de pie dentro de él, mientras cogía por los extremos el blanco fondo que llevaba adornado con delicados encajes. Cuando estuve cerca, desde un pequeño claro la pude observar mejor. ¿Qué si desnuda? No, no se desnudó para bañarse. ¿Entonces?  Pues al sentirse observada soltó de forma involuntaria los extremos de su prenda para que no se le fuera a mojar, pero de forma graciosa se le hinchó antes de sumergirse en las cristalinas aguas. Así reaccionara con prestancia fue difícil que yo siguiera oculto y por inflexible que hubiera reaccionado, ella nada podía hacer. Pues había decidido que sería mi mujer, así fuera mujer ajena. ¿Qué si lo era? No lo sabía. Solo estaba prendado de su figura que se refugiaba bajo la sombra de los caimos morados y amarillos. ¿Qué hizo ella? Creo que ya lo dije. Me sonrió, aunque mi oído no percibió sus palabras porque en ese momento el resoplido de mi caballo me recordó que todavía nos faltaba un largo trecho por cubrir bajo los rayos del sol que se entremezclaban con los arbustos marchitos, deshojados y secos.

Fue entonces cuando bajo ese sol picante y el sonido de las lejanas cigarras, me metí a la quebrada envuelto en el misterio que aquella joven representaba bajo la difusa oscuridad del día. ¿Qué me aconteció? Desde ese momento la amé. ¿Qué si se lo dije? Yo di aquel paso y el destino tuvo nombre propio: Rosa María. ©Guillermo A. Castillo.

9 de diciembre de 2018

LES NÉCESSITEUX


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Son una familia de extracto dos que viven en Traquetolandia, el barrio, es lo que dejó el nefasto esplendor del narcotráfico local. Las razones no faltan. Él, un empleado público en carrera administrativa, en cambio ella trabaja en casa contestando encuestas web. Tienen una sola hija; la parejita terminó en misión imposible para los dos. Una tarde dominical en que el hastío bosteza, se sentaron a ver por enésima vez la serie del joven aprendiz de magia y hechicería Harry Potter. De repente, en los últimos segundos de un anuncio comercial, el contenido deshidratado de una sopa instantánea se comenzó a vaciar a través de la pantalla plana del televisor de cincuenta y cinco pulgadas y llenó la estrecha sala del apartamento. Aquel producto industrial, pensado para sustituir las sopas tradicionales, fue objeto de gestos de total desconcierto familiar. Poco a poco el torrente invasor de pollo con fideos se hizo apremiante y obligó al hombre a realizar un esfuerzo, más allá de su capacidad, para bajarle el volumen al aparato receptor. Sin comprender nada, se apresuraron a comprobar si era cierta la gran cantidad del inexpugnable y embalado producto. En principio consideraron que se trataba de una agresiva forma de publicidad virtual, de incontenible tecnología en consonancia con los intereses y necesidades del consumidor actual.

Como puede, la mujer va hasta la puerta del apartamento y ve a doña Elubia regar sus geranios, pero no se atreve a decirle nada a la anciana a la que le es indiferente que la estén siempre mirando. Alicia, de nuevo mira a la dueña del apartamento contiguo que ha esa hora del día todavía tiene puesta la batola puesta y los rulos hechos con el tubo del papel higiénico en la cabeza. No nota nada extraño mientras ella sigue rociando sus matas. Sabiendo lo lenguaraz que es, confirman que nada inusual sucede. Ahora es él quien intenta averiguarlo todo. Llama por teléfono y pregunta por la hora de la transmisión del partido en televisión por cable. Una voz femenina le responde que Manuelito está en el Azcárate Martínez, y que está hablando con Nereida, la esposa. Ah bueno, pensé que lo estaba viendo por televisión. Cuelga. Nada anormal notó en la voz de la señora. Deciden entonces no contar nada. La nena se ha quedado dormida. Entonces resuelven que lo mejor que pueden hacer es sacarle provecho a la situación. Del televisor, extraen todos aquellos productos de primera necesidad: comida, ropa, calzado, productos de aseo personal, joyas, vinos, lácteos, medicamentos, víveres… Claro que pensándolo bien, a veces corren el riesgo de ser asaltados como el día de se vieron en eminente peligro, y tuvieron que llamar al 1-2-3 para que los escuadrones del orden público acordonaran el pequeño edificio por el asedio de miles de necesitados.©Guillermo A. Castillo.

8 de diciembre de 2018

CASA ES DONDE SE VIVE



Solo tiene seis de frente por treinta de fondo. Estando adentro y después de haber avanzado hacia el interior, los seis metros se reducen. Seguí en mi condición de comprador. Fue cuando el joven asesor, se apresuró a decir: cómo lo puede observar señor, el área se reduce, pero no hay problema alguno por esta irregularidad, ¿verdad? Desde el punto de vista estructural ha sido reformada en forma total. No digo nada, sigo observando, tanteo y equiparo los puntos fuertes y esos otros detallitos que me permitirán más adelante contra ofertar. 

De los seis de frente, no quedan sino cinco metros. El comisionista sigue moviéndose, expone sus puntos de vista. Me invita a proseguir. Me señala allí, allá y más a allá. Miro la mampostería, los acabados, las habitaciones, los baños, el cielorraso… En fin, de cinco de frente pasamos a cuatro metros. Ya he recorrido quince metros de fondo. Busco señales de humedad, pisos que disimulen alguna irregularidad. El asesor toma de nuevo la iniciativa, me habla con conocimiento de causa, dice la verdad, es persuasivo, se comunica conmigo con fluidez, creo que para ser tan joven, domina el arte de la negociación. Mientras le respondo de forma afirmativa con la cabeza, advierto que el frente de la casa ahora se ha reducido más. Ya son tres metros menos. Entonces, lanzo la pregunta que él ha estado esperando: ¿De cuánto millones estamos hablando? Sé que revisa mentalmente mi pregunta con rapidez. Algo me dice que está volcado a la acción. Tiene agilidad mental. Me da una cifra. Pero soy yo quien debe ofrecer, ponerle un precio. Él solo quiere escuchar mi oferta.


Sabe que el cliente es lo primero. Tiene vocación de servicio y, por esa actitud que muestra, habla en positivo. Aconseja tener presente el ofrecimiento de otro oferente. Cruza los dedos, bueno eso creo. También yo. Aún no le manifiesto la cifra. Hago un repaso intencional de la casa que quisiera comprar, sin embargo los detalles no ocultan el conjunto de la situación. Le miro y sabe que quiero aventurarme con una cifra. Aguarda. Mi mirada recorre la casa: superficie, luminosidad, ubicación, distribución, estado... Los detalles son el diseño, recuerdo ahora. El muchacho, maletín en mano, se ha dado cuenta que no le queda más remedio que reinventarse un nuevo terreno de juego. 


Todo se ha reducido casi a la nada, a dos metros. Los primeros seis metros normales, los cuatros metros siguientes esenciales, los dos últimos metros la reducción de las ideas; es la pirámide de cualquier tiempo y lugar para guardar el zumbido de la ciudad. Esos dos metros finales de frente son la tortura tras los brumosos meandros de la incertidumbre que nos está obligando a vivir en cárceles confortables, en inmensos laberintos sin horizontes, hechos de cemento, hierro y acrílico. He perdido mi tiempo, todo ha sido un juego de reconocimientos. Saber qué y saber cuánto, cuánto debe ser, cuánto será. Pero no para hacer una oferta.

©Guillermo A. Castillo.

7 de diciembre de 2018

Entrevista a Guillermo Castillo, autor de “Uno de mi calle me ha dicho” por Roberto Augusto | Dic 6, 2018 |




¿Cuánto hace que escribes? ¿Eras de esos niños que soñaban con ser escritores?

Lo hago desde que me conozco, desde el día en que las primeras historietas colmaron mis manos por simple trueque o por unas monedas.

¿Qué sentiste la primera vez que tuviste un libro escrito por ti entre tus manos? A mí me parece algo fascinante…

Sin duda alguna. Cuando auto edité mi primer libro, La eternidad del instante, no podía creer que mi nombre estuviera impreso en su atractiva carátula, ni que fuera una realidad después de años de silencio y espera.

¿Cómo valoras tu primera experiencia con la autoedición?

Compleja, porque uno confía sus aspiraciones en quien dice saber hacer su trabajo, pero al final otra fue la realidad por no haber elegido bien. En suma, tuve muchos sinsabores de los cuales aprendí. Ahora estoy más sosegado, y eso, gracias a Letra Minúscula.

Háblanos de tu próximo libro…

Como escritor en ciernes estoy inmerso en un proceso creativo de “menor” a mayor exigencia. Asunto que no es cierto porque en la brevedad cabe todo. Es decir, mi primer libro está dedicado al cuarto género literario narrativo: el microrrelato. El actual contiene veintinueve cuentos cortos y, el próximo será una novela, cuya simiente es uno de los cuentos contenidos en mi segundo libro Uno de mi calle me ha dicho.

¿Qué tipo de libro van a encontrar los lectores de Uno de mi calle me ha dicho?

Encontrarán un libro con veintinueve cuentos cortos en los que se entremezclan las historias de diversos personajes y donde se dan cita el amor, la miseria y los anhelos situados en escenarios concretos, donde los personajes intentaran ser protagonistas de su propia (y mediocre) existencia en un mismo libro.

Eres también autor de numerosos microrrelatos. ¿Crees que vivimos la edad de oro de ese subgénero?

Desde luego, el microrrelato es, aparte de sus connotaciones ideológicas textuales procedentes de la posmodernidad, una especial forma narrativa en la que se extreman las estructuras formales canónicas del cuento. Por tanto su aparición, desarrollo y consolidación, tanto en el espacio público comercial-editorialista, así como en el ámbito escolar y académico, es de suma importancia en los tiempos de la generación del vertiginoso pulgar.

¿Es tan difícil publicar en Colombia en una editorial tradicional como en España?

Por supuesto. Y más cuando me presento como Guillermo Castillo y ese nombre no significa nada en el mundillo editorial. Todo escritor ansía que lo lean y que le digan lo bien que escribe, pero eso es difícil de conseguir. Será por eso que alguien por ahí dijo que ser publicado por editorial es una torre de sueños, y hasta de naipes.

Gracias por tu tiempo y mucho éxito.

2 de diciembre de 2018

¡Y AHORA TE TOCA A TI!


Escribe, a partir de la imagen anterior, tu microrrelato (y déjalo en Comentarios)

IBIDEM



—Voy a ser breve. Y con la discreta tosecilla que precedió no consiguió aclarar la voz en la nota de pie de página.©Guillermo A. Castillo.

GHOSTWRITER

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Dícese de la persona que escribe para y en nombre de otro. Algunos de los libros más populares de la historia han sido escritos por autores que tienen miedo de las noches y se encierran con su propio fantasma. ©Guillermo A. Castillo

24 de noviembre de 2018

DE CIERTAS CANCIONES V

Ámame, porque donde hay excusas, hay interés.
©Guillermo A. Castillo.

DE CIERTAS CANCIONES IV

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Ven a mi cabaña que con la luna pintaré el umbral de tu misterio, aunque no sea poeta en asuntos del puto corazón. 
©Guillermo A. Castillo.

DE CIERTAS CANCIONES III

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Lo que va a ser para uno se lo tiene que encontrar. Solo que entre copas olvidé dónde volverte hallar. 
©Guillermo A. Castillo

DE CIERTAS CANCIONES II

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Te deseo la mejor de las suertes; y si tú quieres, te devuelvo las chocolatinas, las cartas, las tarjetas y las servilletas donde escribiste sobre nuestro amor. El problema es que no hay carteros en quien confiar, por eso te perdí.
©Guillermo A. Castillo

DE CIERTAS CANCIONES I

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Cuántas luces dejaste prendidas en el fondo de mi corazón; lo bueno es que ya sé apagarlas.
©Guillermo A. Castillo.

17 de noviembre de 2018

Borrasca II

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Quería huir, pero estaba atrapada. Quería irme lejos, a regiones donde las hojas tiemblan sobre el marjal de los sueños que lo inundan todo. Esa voz me decía «Por muy lejos que te vayas, nunca conseguirás huir de ti misma». Y era verdad, porque era parte de un juego que tenía de aventurado el enfrentarme al enigma de ser yo misma. Ese misterio, como en el sueño de la mujer del pescador, estaba contenido en un fuego que me rodeaba toda, cuánto estremecimiento comprometido.
Deseada escapar, pero quería estar bajo ese influjo suyo en cada nuevo sueño o, en la continuación del mismo sueño. Abría los ojos y ya estaba pensando en ella. Y así los cerrara, su voz venía tardía y lejana, aunque, sin darme cuenta, siempre estuvo ahí detrás. Todo era inútil. A veces me descubría dibujándola en un papel. Estaba en eso, cuando me dijo por fin «Tómame, y encuentra de una buena vez el sentido de perder el miedo a quien por incongruencia tuya te quiere seducir.
Empecé por el principio, por la primera palabra de mis ocultas sensaciones o por el bosquejo de mis alucinaciones. Era ella la que me soñaba y me tenía entre sus tentáculos.©Guillermo Arnul Castillo.

10 de noviembre de 2018

EL HOMBRE INVISIBLE



El hombre es tan largo como la misma calle que recorre. Su estatura le permite estar a la altura de aquellos sueños que le son esquivos y que la demás gente tiene. Pero su vida no se centra en los que no tiene, sino en aquellos imposibles, improbables y eventualmente inevitables que la gente no alcanza.©Guillermo A. Castillo


3 de noviembre de 2018

MELANINA CON SAL

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Primero salió una muchacha de cuerpo escultural acompañada de una sonrisa brillante. Detrás suyo una joven agraciada. La mujer negra, como si nada, caminó con elegancia, sus nalgas redondas y firmes se acompasaban entre su corto pantalón rosado. Todo está en las caderas, dijo mi mujer. La otra, con rápidos movimientos de manos, se tanteaba las nalgas. ¿Cuáles nalgas, si no tiene?, agregó después. La joven blanca al presentir que era observada disimuló lo que hacía. Ambas siguieron bajo el calor de sus caderas, como una verdad recién revelada: la negra con sus trenzas colgantes y la blanca todavía buscando lo que no tenía en sus bluyines deshilachados. Seguimos con la mirada los pasos de la palmera al viento y de aquel oleaje con cierto mareo, mientras el sol se encargaba de esculpir aquellas nalgas ausentes al caminar sobre el concreto. Ambas entraron a una tienda alegres y muy abrazadas, sin importarles que el mirar es parte del acontecer de la ciudad, siempre llena de ventanas, puertas y muros que también saben contar. Las dos jóvenes por partida doble, surgieron de las sombras de los perjuicios encendiendo bengalas con sus cuerpos bajo el declive de luz del cielo.©Guillermo A. Castillo.

27 de octubre de 2018

EL BUNDE



Quibdó, Dpto. del Chocó - Google
Buenos días, saludó, con voz de recién levantado y con algo de resequedad en su garganta. Tengo que decirles que ayer en el bunde me dejaron, me dejó mi novia, agregó mientras se arreglaba las trenzas rastas terminadas en una coleta.

Bueno, estábamos bundeando así, lo más de rico, entre brinquitos elegantes y palmas por lo alto. Ustedes saben, rau, rau… tas, tas… Era un vacilón bien rico. En eso estábamos cuando se vino un aguacerito lo más de bonito. De pronto, yo miro a mi novia y veo que las cejas se le están borrando. ¿Mi amor, y las cejas?, le pregunté, y un mancito que estaba atrás respondió: ¡Se le borraron! Pero antes de volverle a preguntar yo lo miré serio. ¡Y dónde están las cejas? Le pregunté casi cantando. Y él desde atrás volvió a contestar: ¡Se le borraron! Bueno, ustedes saben, que con eso del bunde, estábamos junto al bombardino acompañando al clarinete que llevaba la melodía y carácter dialógico de la tambora con el redoblante, el guasá moviéndose arriba y abajo seguido por el cununo macho. Y bueno con todo eso estábamos con ¿Y las cejas? Y los de atrás contestaban ¡Se le borraron!, ¿Dónde están las cejas? ¡Se le borraron! Bueno, ustedes saben que con el bunde, la alegría y todo eso, volví a preguntar: ¿Y con qué se le borraron? Y contestaron: ¡Con el aguacero! Volví a repetir: ¿Con qué se le borraron? ¡Con el aguacero! Y bueno, en esas miré así, al lado, y mi novia estaba seria, fue cuando me dijo: ¡Terminamos! Pero amor, ¿por qué me terminas? Si debías estar agradecida porque te compuse una canción: 

¿Dónde están las cejas? ¡Se le borraron!

©Guillermo A. Castillo

21 de octubre de 2018

Feria Internacional del libro de Santiago de Cali 2018





                         

                         

                       

                        

 


13 de octubre de 2018

VANIDAD

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El sol cae vertical. Mi propia sombra va adelante, huye con ánimo contenido. Solo a mi mujer se le ocurre mandarme a esta hora por algunos materiales para terminar sus trabajos por encargo. Materiales que nunca pasan la prueba porque sus ojos expertos solo saben aprobar lo que ella misma compra. Además, nada llega a sus manos sino ha regateado su precio en varios almacenes hasta que finalmente decide regresar por donde pasó primero, cosas que soy incapaz de hacer por pena y por física incapacidad hercúlea. Por caminar rápido, me olvido de los insólitos desniveles de los andenes, aquellas verdaderas trampas por las que la gente se ha metido las costaleadas más escabrosas.

Acomodo mis gafas porque no dejan de causarme dolor por la presión que ejerce sobre mi oreja izquierda. Estrenar antiparras siempre me causa alguna desazón, pero eso me pasa porque me dejo cuentear de Diana, sabiendo que es la dura para las infundadas promesas con tal de vender. «Como usted es nuestro cliente preferencial, tenga la plena seguridad que si algo no le queda bien, aquí le respondemos», dice después de mirarme con coquetería y riéndose porque ni ella misma se cree lo que dice. Siempre tan alegre y tan desconsiderada por esas blusas ombligueras y esos bluyines descaderados que usa, pero con ella no se sabe cuándo habla en serio y cuándo lo está enyardando a uno.

Camino. Busco la escasa sombra de las casas, pero qué va, es imposible. Los andenes y los espacios sombreados son para las motos y los carros. Por eso a los que nos duelen las chocozuelas nos llevó quien nos trajo. Sigue la inclemencia del sol y no termino de caminar por esta calle que me conduce al taller del ebanista que ha contratado mi mujer para el corte de unos puntales de cincuenta centímetros de largo. No hay brisa, las ramas de los pocos árboles plantados en los antejardines como un gesto mínimo de humanidad ni se hamaquean, tampoco las matutinas aves que en vuelo pasan sobre sus copas y que nos acompañan a nuestro paso, ese paso acondicionado y torpe con que surcamos vertiginosos estas deterioradas calles.

En estos pensamientos estaba cuando al llegar a una esquina, veo a una mujer que me sonríe, me habla con los ojos y me dice algo incomprensible en medio del reflejo de los vidrios de su auto. Nunca la había visto. Pero ella, en un gesto amable, me pica el ojo, y yo, en un gesto poético le pico mi ojo izquierdo y luego el derecho. Ella vuelve a reír con dulzura; me hace señal de adiós con la mano, al mismo tiempo que tropiezo por la emoción. ¿Qué fue eso?, me pregunto. Tal vez me confundió. Pero no creo porque hay formas de saber alimentar el espíritu, y ella, alimentó el mío. Yo seguí con mis renovados pasos, solo que olvidé hacia dónde iba y qué asunto me ocupaba. Aquella angelical mujer me congestionó de singular vanidad.©Guillermo A. Castillo.

6 de octubre de 2018

¿QUIERES SER MI NOVIO?

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Hace años éramos novios. Pero pasados los años muchas cosas cambian.

Lo supe cuando sin darnos cuenta estábamos sentados en las escalinatas del auditorio Saavedra Racines, y la infinidad de canarios y de loros se recogían en las altas copas de los árboles y con sus cantos anunciaban la llegada de la noche. Allí estuvimos atentos a esa algarabía. Después nos fuimos tomados de las manos como años atrás, recorrimos el conocido Camino Real dejando atrás el bullicio de las aves, los guayacanes luciendo flores rosadas, moradas y amarillas; también los semáforos y los carros estacionados. Llegamos a donde teníamos que llegar y entendí que era prudente alejarme, pero me retuvo con su mano.

—¿Quieres que entremos?

Subimos por unas escaleras relucientes, nunca reparé en ellas como ahora. Una habitación: una nevera pequeña, dos sillas, un tocador, dos nocheros y una cama.

De su cartera de mano sacó un papel doblado y me leyó un poema, uno de tantos que le escribí sabiendo lo que queríamos; de los compartimientos secretos de su cartera, salió la fotografía que nos hicimos tomar un día de un mes que yo jamás recordaría.

Sin pensarlo mucho la besé en forma lenta y corta buscando que ella quisiera más respondiendo con la misma pasión. Después vinieron sus nacientes gemidos, y procedí a tocar con seguridad sus pechos generosos. Ella no expresó nada. Entonces la volví a besar para romper la barrera del simple roce y la traje hacia mí al colocar una mano justo en la estrechez de su espalda. Poco antes de aventurarme en sus intimidades se quedó mirándome.

—¿Estás seguro? —me preguntó. —¡Espera, es que...!

—¿No quieres? — dije, en tono de consideración, mientras me detenía.

¡Fue de intenso! Ella, con su mano, retiraba el cabello que ondeaba por su frente, mientras mis manos acometían de nuevo sus caderas. El recuerdo de nuestro amor trajo aquellas vivencias mientras atenuaban las luces para hacerla sentir más cómoda al desvestirse.

Se levantó, caminó desnuda hasta el baño. Regresó después con un aroma agradable siendo parte de aquel ritual donde lo fundamental era seducirnos por igual. Era una bolsa de pañuelos húmedos, se acercó y empezó a limpiar toda disipación de mis genitales con delicadeza. Cerré los ojos y saltó un suspiro.

Atrás se quedaron el poema y la foto de los dos. Minutos después agradecí la esmerada atención y fuimos perseguidos por las luces mortecinas de la calle. Camino a casa, recordé que esa deferencia para conmigo ya me la habían hecho alguna vez. Fue cuando después de mucho trabajar me fui a la cama y mi mujer, cuando sosegaba mis genitales, me miró en silencio y me preguntó: ¿Quieres ser mi novio?

Con los años, las personas cambiamos.©Guillermo A. Castillo

De Alfredo Martirena



http://www.martirena.com

29 de septiembre de 2018

ENTRE LA IDEA Y LA ESCRITURA

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Escribió de lo general a lo particular y de lo particular a lo universal. Por tanto precisó el tema y los componentes de su vida. Entonces se distanció del “yo soy yo” y pasó al “yo soy otro”, aunque se tratara de experiencias propias. El mundo debía conocerlas.

Fue a la totalidad del mundo narrado: construyó la intriga. De todas las ideas posibles tomó como hilo conductor al que sufre una transformación entre el principio y el final.

Conectó el argumento con su forma y trabajó la trama y para que la historia narrada fuera aceptada por sus lectores, creó un entramado argumental respondiendo a la forma del relato, por eso escribió de lo general a lo particular y de lo particular a lo universal. Precisó el tema pero olvidó los componentes de su vida.©Guillermo A. Castillo

DE ALBADA

Hola amigo.

Primero desearte una feliz semana.

Ayer domingo, estrenado otoño, teníamos 32 grados en Salou, y como ves, la playa estaba llena.

Espero te gusten (las fotos con tu libro) a pesar de que los olores de esa brisa preñada de salitre no puedan acompañar a las imágenes :-)

Un abrazo grande desde este rincón de la España mediterránea.




PUNTO DE VISTA


Porque el mundo cambia y usted es lo que es, ajústese el cinturón antes de ser expulsado de la realidad.©Guillermo A. Castillo.

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