 |
Disculpe usted, pero con tantos
años aquí, es la primera vez que advierto su divina presencia. Me llamo Ricardo
César... Mucho gusto, Nena. Es curioso que antes usted y yo, no nos hallamos cruzado
en el camino. ¿Pero no cree usted que todo comienzo tiene su encanto? Lo que
importa ahora, señora, es que nos hemos quedado impactados; yo al verla entrar,
tanto que me dije: imposible que no vaya presuroso para contemplar tan despampanante
desfilar. ¿Cuál es su cargo aquí? Estoy a cargo de la oficina de publicidad de
esta distribuidora. ¡Con razón...! Pero, cuénteme, cuál es su gracia, No tengo ninguna
gracia. Eso es lo que usted cree, Nena. ¿La puedo tutear? Gracias. Así podemos
entrar en más confianza ¿No le parece? Sabías que todo encanto es una forma de
conseguir un “Sí” sin proponer nada. Por eso verla entrar es lo más sensacional
que he visto aquí. Hasta me olvidé de seguir con la promoción del día. ¡Oh, qué
gracioso es usted! No es ninguna gracia. Es verdad, usted es toda una sensación
con ese cuerpo, con ese andar que tiene… Si pudiera leer mi pensamiento, sabría
lo que pienso. ¿Tanta confusión le ocasiono? Pues si es así, con su permiso,
señor… No, espere, Nena, no me deje, espere… Es tan solo la idea de tenerla…
¿Tenerme, dijo? Sí, tenerla a usted, teniéndome a mí entre sus brazos,
echándole un vistazo por sus intimidades. Oiga, yo soy… No importa, todo lo
prohibido tiene su encanto secreto. ¿Pero, qué dice? Que una mujer encantadora
como usted, es quien se da cuenta de mí. ¡Ay, no me haga reír con sus
ocurrencias! Vamos, preciosa, toda mujer encantadora como usted tiene algo que disimular
y no lo reconoce como su total dependencia de la apreciación de los demás. Y la
mía es producto de lo inesperado. Adiós señor… Venga, no sea malita, tan solo
quiero ir por sus intimidades… ¡Qué gracioso! Convénzase que
no tengo intimidades, sino, “exterioridades”.©Guillermo A. Castillo
